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Conmigo no
Beatriz Sarlo, la voz de la oposición en Argentina
Carol Pires | Edição 63, Dezembro 2011
Traducido por Dina Laver
Julio Donato Bárbaro es un señor calvo de 69 años, ojeras marcadas y bigote tupido grisáceo. Vive en un cómodo departamento de la Recoleta, en donde acostumbraba recibir a Néstor Kirchner y disfrutando de noches en las que conversaban, escuchaban música y tomaban whisky. Ya, en 2003, hacía una década que eran amigos cuando Kirchner asumió la presidencia de la Republica Argentina, solamente con el 22% de los votos. Inmediatamente lo nombró jefe del Comité Federal de Radiodifusión y acató su orden de frecuentar intelectuales que no fueran peronistas a fin de inaugurar un gobierno con charlas inclusivas.
Fue así que la socióloga Beatriz Sarlo y el historiador Tulio Halperín Donghi fueron a almorzar a la Casa Rosada con el Presidente, la Senadora Cristina Kirchner y el Jefe de Gabinete Alberto Fernández, además de Julio Bárbaro.
Kirchner comenzó el almuerzo comentando sobre su gusto por el debate de ideas. Aunque no tomaba asiento, iba y volvía del gabinete, hablaba de pie. La conversación ya llevaba dos horas cuando Cristina expresó que la Argentina carecía de Intelectuales. Según ella había falta de cerebros porque entre los 30 mil muertos y desaparecidos de la última dictadura (de 1976 a 1983), hubo una generación de pensadores.
Beatriz Sarlo respondió. Les recordó que la Comisión de los Desaparecidos denunciaba 10 mil entre muertos y desaparecidos. Luego prosiguió: “Creo que el crimen es tan horrible, independiente de haber sido 10 o 30 mil. Pero no podemos asegurar que entre estos desaparecidos había grandes ideólogos. Simplemente no lo sabemos.”
El comentario tensionó la conversación. Y sirvió de prólogo para dos de las críticas de Beatriz Sarlo a los Kirchner: la de revindicar ideales que no defendían en la época de la dictadura, al mismo tiempo que rehusaban considerar la violencia cometida por la oposición a los militares.
“Cristina es una mujer dura”, comentó harto Julio Bárbaro, por debajo del bigote. “Pero en la inteligencia existe espacio para las dudas, y los Kirchner son constructores de verdades.” Recurrió a Albert Camus para explicar su posición política: “Si existiera un partido de los que dudan de la certeza, formaría parte del mismo.” Bárbaro estaba seguro de que era peronista y kirchnerista. Hasta que en el 2008 rompió con la pareja porque ellos “no dan órdenes, humillan”
Ese mismo año, Alberto Fernández, quien era conocido como el comisario político de Kirchner, discordó con el gobierno. Tulio Halperín Donghi es todavía un historiador respetado, pero no habla de política. Kirchner murió de un infarto en octubre del año pasado, a los 60 años. Cristina Kirchner y Beatriz Sarlo continúan en lados opuestos de la mesa.
Sarlo tiene aspecto serio. Cuando hace que las personas rían es por ironías. Ella es muy delgada y usa tacos altos para disimular su 1,54 m de estatura. El maquillaje es un tono más oscuro que el tono de su piel. Ella ya usó el pelo largo, el pelo bien corto estilo masculino, el corte con volumen y hasta tintura verde. Hoy su rebeldía se manifiesta usándolo en el color natural, blanco, cortado estilo Chanel.
Un viernes, no hace mucho, se puso botas negras y blazer lila floreado para dar una charla en la Universidad Torcuato di Tella, del barrio de Belgrano en Buenos Aires. Entró en la sala con pasos lentos, hizo un movimiento para un lado con la cabeza y sonrió. Consultó su reloj que marcaba las cinco de la tarde y lo colocó extendido sobre el escritorio. Antes de mirar nuevamente la hora, 22 minutos después, ya había hablado del ascenso de Eva Perón, de la actriz de teatro de revista, de la líder peronista, e hizo referencia a un ensayo suyo, realizado para la fotógrafa francesa Gisèle Freund, publicado en la revista Lifeen 1950.
Sarlo se manifiesta intrigada ante la actitud del gobierno del general Juan Domingo Perón, que permitió que la primera dama fuera fotografiada en poses ostentosas, exhibiendo sombreros, vestidos de gala y una bandeja de joyas. Y se preguntó por qué el editor de la revista habría escogido para la apertura del reportaje, una foto en la que Evita se mira en un espejo y no otra en la que admira las joyas. .
Había un público reducido: profesores de la universidad, tres decenas de alumnos y el ex-ministro de Economía, José Luis Machinea. Cerca del final, el mediador le pidió a Beatriz Sarlo que hiciera un paralelo entre el control mediático del peronismo de aquella época y el actual. “Aaaah, usted me trajo aquí engañada”, esquivó ella.
Una profesora jubilada, sentada a mi lado se rió y cuchicheó. “Es porque ella critica duramente al gobierno, ¿comprendió?” Al final, Beatriz Sarlo dijo: “Cuando usted representa a un Estado, no es correcto pintarse como una puerta”. Ella solía decir que la ropa “pública” no es una opción “privada”. En un libro describió el estilo de Cristina Kirchner de esta forma: “Colorinche, ostentoso, barroco, pesado, sin claridad conceptual, monocromático o de un cromatismo extravagante.”
El estudio de Beatriz Sarlo, en la calle Talcahuano, a 800 metros del Congreso, desilusiona a quien pretende ver allí su extenso currículo reflejado en decenas de metros de libros. Ella misma atendió la puerta. “No tengo dinero para pagarle a una secretaria”, dijo. Vestida con un pantalón social, blusa gris y botas púrpuras, explicó que habló sobre Evita en la universidad porque prefiere dar conferencias académicas y no políticas. Aquella había sido su segunda conferencia del año. En la primera, en el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, habló sobre el idioma como barrera.
Beatriz Sarlo Sabajanes nació en Buenos Aires. Hija única de padres jóvenes, nieta de inmigrantes italianos y españoles por parte materna, y de argentinos por el lado paterno, cumplirá 70 años en marzo. Su relación era mejor con su padre aunque pasaba la mayor parte del tiempo con la familia materna, en la que la abuela, la madre y las tías eran profesoras.
La mayor de las tías, Rosa del Río, se convirtió en el personaje de su séptimo libro La Máquina Cultural. Inspirado en The Uses of Literacy, del inglés Richard Hoggart, el libro recopila historias de la infancia de la tía a través de documentos y relatos de quienes fueron testigo de su trayectoria – una profesora nacida en el Siglo XIX, que un día rapa a los alumnos, también hijos de inmigrantes, en su delirio de imprimirles la nacionalidad argentina.
La madre de Beatriz Sarlo se destacaba entre las mujeres. De las compañeras de colegio era la única que trabajaba. Y entre las amigas del barrio de Villa Urquiza, era la que iba al mejor colegio de enseñanza bilingüe. De aquí surge la manía de la hija de salpicar frases con palabras en inglés: “Yo me mostraba permanentemente educada. Los paseos eran a museos, íbamos a La Boca porque Quinquela Martín había pintado un cuadro retratando aquel barrio. Claro que luego tomábamos algo fresco, comíamos un pescadito, aunque todo temía un twist pedagógico.”
En casa tenía clases de francés y leía los libros de Monteiro Lobato, Julio Verne y Mark Twain que le regalaba el padre – descrito por ella en un epílogo como “un hombre arbitrario, esgrimiendo argumentos de lo más caprichosos que me convencían porque eran complejos y por lo tanto, atractivos”.
Me dijo también que lo mejor que hicieron los padres fue prohibirle que leyera hasta tarde. Todo lo prohibido es más interesante. Una vez, mi madre que era desequilibrada, me rompió un libro”. Cuando le pregunté por qué le decía desequilibrad a la madre, me respondió: “Porque los libros no se rompen”.
Al contarme sobre el antiperonismo de los padres, ella hace un paréntesis para relatar que a los 10 años, fue atropellada por un camión mientras jugaba a la pelota con los compañeros frente a una iglesia. “Es una buena razón para no ir nunca a la iglesia”, bromeó. Unos desconocidos la llevaron a un hospital peronista donde casi le amputan el pie. “Los niños recibían juguetes y dulces con el sello del gobierno de Perón en los envoltorios” continuó. “Mis padres estaban tremendamente molestos pero no pudieron hacer nada porque yo estaba mal”. Cuando, aquel año, Evita murió le pedió a los padres asistir al velorio público. El padre no lo permitió.
A los 17 años, Beatriz Sarlo ingresó en la Universidad de Buenos Aires, UBA, y fue a vivir sola. Comenté que hacía falta valor para ir a vivir sola tan joven, y ella me dijo: “El valor aparece cuando no hay otra solución.”
Comenzó estudiando filosofía, no le gustó y cambió por letras. Dijo que nunca se destacó como alumna. Cerca de la facultad frecuentaba la librería francesa Galetea, que cerró, y a pocos metros de allí, en la calle Florida visitaba el Instituto de Arte Moderna y la Galería van Riel. Aquí se realizó la primera exposición del grupo Los Informalistas, del cual fue, como dijo, groupie.
Durante las vacaciones realizaba caminatas y viajaba a dedo, una vez, entró en Brasil por la frontera con Perú y llegó hasta Maranhão. Viajó en una balsa cargada de madera para llegar a Bolivia. Continuó en ómnibus hasta Brasilia que estaba recién inaugurada.
Lo mejor que obtuvo de la universidad fue la amistad del profesor Jaime Rest. Sucesor de Jorge Luis Borges en la cátedra de literatura inglesa, él la llevaba a tertulias y le explicaba los poemas de William Blake. “Era fácil ser amiga suya porque era un profesor más liberal”, recordó. “Estaba siempre en el bar, frente a la facultad, con su mujer y yo los acompañaba.”
Jamás quiso conocer personalmente a Borges, a pesar de saber que se llevaba muy bien con Jaime Rest. “Yo vivía desordenadamente y nunca pensé que fuera interesante conocerlo, ya que algún día escribiría sobre él”, dijo. Hoy, Borges, es una de sus obsesiones de estudio, tema de un libro y motivo de un juicio que le iniciara la viuda María Kodama, que controla los derechos de autor con mano firme, si no de hierro. A Kodama no le gustó que Sarlo dijera que, mientras la viuda viviera “será imposible estudiar a Borges seriamente” Un juez impidió que la acción continuara.
A veces, en los cuentos, Borges menciona un acontecimiento intrascendente – una moneda de 20 centavos recibida de cambio por una aguardiente de naranja, un libro comprado a un vendedor de rasgos poco definidos – que cambia el rumbo de la narrativa llevándola hacia las sendas de lo fantástico. En la trayectoria de la joven Sarlo existió un momento de estos. Fue en 1965, ella tenía 23 años y vio un papel pegado en la pared de la facultad ofreciendo una vacante en la Editorial Universitaria de Buenos Aires, Eudeba.
“Hay un momento de coincidencia entre lo que necesitas y lo que la vida te ofrece”, comentó. “Debes estar atenta para aprovechar estas oportunidades.” Participar en Eudeba, afirmó, fue “entrar en una máquina cultural”, evitando que se transformara en una profesora escolar, “lo que hubiera sido pésimo”.
En 1966, el mismo año en que finalizó el curso, la dictadura de Juan Carlos Onganía intervino Eudeba. El jefe de Beatriz Sarlo, el legendario editor Boris Spivacow, dejó Eudeba y formó con el mismo equipo el Centro Editor de América Latina. “Boris era, como dice Pierre Bourdieu, un farol intelectual”, comenta. “Él definió la industria editorial de su época, vendía libros por una ganga en kioscos de revistas, cuando esto nunca había sido realizado anteriormente.”
Beatriz Sarlo es una de las ensayistas más respetadas de la Argentina y talvez, de América Latina. Durante los últimos años la condición de comentarista política se convirtió en su segunda piel. Con el kirchnerismo fuerte y en alza y la oposición en pedazos, el gobierno y la gran prensa están en pie de guerra. Sarlo es cáustica, escribe de forma aguda, maneja hechos históricos precisos, hace análisis sociológicos y culturales. Por la calidad de su trabajo, fue adoptada por la oposición como una voz destacada – inclusive por sectores mucho más derechistas que ella, carentes de ideas, estilo y líderes.
Por otro lado, hace cuarenta años era lo contrario de la intelectual prestigiada por los conservadores de hoy. Borges todavía era un objeto de amor y odio: un autor inevitable, aunque un antiperonista irritante. El peronismo sí la entusiasmaba. Cuando el ex-presidente Pedro Aramburu fue secuestrado y los Montoneros lo mataron, la Juventud Peronista festejó. Después de todo, Aramburu había ordenado el secuestro del cadáver embalsamado de Evita.
Del peronismo ella pasó al comunismo maoísta. Se acercó primero al Partido Comunista Revolucionario (marxista-leninista) y luego a la Vanguardia Comunista (pro-China). “El PCR fue un delirio”, dijo. “Fue un error que amenazó la época. Lo que me atraía del peronismo eran los trabajadores y, en el PCR, René Salamanca, un gran dirigente sindical. Él podría haber sido un “Lula”, en fin, no lo se, ya que murió en 1976.”
Sarlo estaba casada con su segundo marido, el sociólogo Carlos Altamirano, cuando comenzó a trabajar en Los Libros, una revista política y cultural de las más influyentes. Altamirano, ella y un gran amigo de la pareja, Ricardo Piglia, formaban el trío maoísta de la revista. En un momento lograron expulsar a los peronistas fundadores de la revista Los Libros y asumieron el control.
Durante los 3 años que la dirigieron cayó la dictadura de Onganía, el peronista Héctor Cámpora ganó las elecciones y renunció menos de dos meses después, para que entonces, el propio Perón, de vuelta del exilio de España, se convirtiera en presidente. Luego de nueve meses, Perón murió y su viuda, Isabelita, asumió el poder, que ejerció hasta ser derrocada nuevamente por un nuevo golpe militar. Los Libros cerró y los tres amigos fueron a la clandestinidad.
Bancados por la Vanguardia Comunista, dos años después lanzaron otra revista, Punto de Vista, en la que Beatriz Sarlo utilizaba el nom de plume Silvia Niccolini. Cuando salió la tercera edición, la dictadura militar apresó y mató a los líderes de la Vanguardia. Ricardo Piglia le dedica el libro Respiración Artificial a dos de ellos.
Luego de cuatro meses en la oscuridad, los tres hicieron resurgir la publicación. Jorge Luis Borges dijo cierta vez que una revista literaria, si lo es realmente, está hecha por un grupo de amigos que ama u odia algo apasionadamente. Si no fuera así no sería una revista literaria sino una antología. Punto de Vista era de un grupo que odiaba la dictadura.
Cuando Argentina ganó la Copa de 1978, en pleno auge militar, Punto de Vista no festejó la victoria. También estuvo en contra de la guerra de las Malvinas, en 1982, cosa que estaba lejos de ser obvia. Como la ocupación de las Islas en manos de Inglaterra tenía un contenido antiimperialista, la izquierda se alineó con los militares.
“Hubo un brote nacionalista, y era necesario tener mucho coraje para estar en contra de la Guerra de las Malvinas”, comentó el crítico brasilero Roberto Schwarz, por el teléfono, desde San Paulo. “Y Beatriz Sarlo fue una de las pocas que se declaró en contra de la guerra. Dio pruebas de coraje físico, fue notable.”
Beatriz Sarlo y Schwarz se conocieron antes, en enero de 1980, en las Jornadas de Literatura Latinoamericana, en la Universidad de Campinas. Ella fue al encuentro, en ómnibus, “sin dinero” para escribir para la revista Punto de Vista. “Una amiga en Estados Unidos ya me había hablado de ella”, recordó Schwarz. “Cuando la vi llegar, la reconocí. Se vestía con sobriedad, tenía un estilo anti-establishment, una elegancia rebelde, casi punk.”
Otro crítico, David Arrigucci Jr., también la conoció en este encuentro. “Ella tomó el micrófono para hacer un comentario y cuando comenzó a hablar, vi que se trataba de una persona especial, con una lucidez y capacidad analítica fuera de lo común”, dijo. “Ella tiene lo que llamaría un brío dialéctico.”
Cuando finalizó la dictadura y Raúl Alfonsín fue electo en 1983, Punto de Vista abrió las puertas a los intelectuales que volvían del exilio y realizó un exhausto análisis: Hizo una revisión crítica del pasado marxista. Beatriz Sarlo ingresó en la Universidad de Buenos Aires como profesora de literatura contemporánea y se alineó con el alfonsinismo – lo que sería el equivalente, en términos brasileros, a groso modo, apoyar una eventual Presidencia Tancredo Neves. Ricardo Piglia se separó de Punto de Vista.
“No se por qué se fue, nunca quedó claro, no dio ningún aviso”, dijo Beatriz Sarlo y Ricardo Piglia no quiso hablar del tema. Le pregunté si había sucedido algo que justificara el alejamiento de los dos pero ella lo negó. Aunque comentó lo siguiente: “Piglia es un ensayista increíble, pero no me gusta su literatura. Escribí una crítica bien crítica a uno de sus libros y luego lo encontré en la calle. Él solo me dijo: “‘Me gustó mucho tu artículo’”
La segunda crisis de Punto de Vista fue a comienzos de siglo, cuando los mayores diarios lanzaron suplementos culturales. “Yo tenía que ingeniármelas para marcar territorio y elegí ir por el lado vanguardista de la música contemporánea, el cine”, dijo ella.
Carlos Altamirano comentó, que en aquel momento, se sentía ajeno al nuevo rumbo de la revista. En 2004, le entregó su carta de renuncia. “El siempre me criticó por el exceso de vanguardismo, por el esnobismo, aunque estaba tan acostumbrada a él en Punto de Vista, que nunca imaginé que se iría”, dijo Beatriz Sarlo.
Profesor de la Universidad Nacional de Quilmes, Carlos Altamirano es un hombre imponente de 1,90 metro, más afable de lo que parece por su ceño continuamente fruncido. Es económico en los comentarios y avisó que solo podría atenderme un lunes de siete a ocho de la noche, y que el tiempo era perentorio.
A partir de su alejamiento de la revista, la pareja no se habló durante siete años. En marzo pasado falleció el crítico y novelista David Viñas, amigo de los dos, motivo suficientepara que conversaran. No fue solo con Altamirano que ella tuvo una relación intensa, repleta de discusiones filosóficas y peleas que duraron años. Con el propio Viñas ella tuvo debates durísimos. Algunos fueron hasta televisados, como cuando ella abandonó un debate en vivo porque Viñas habría insinuado que era una intelectual sumisa. Con Juan José Saer, uno de los grandes escritores argentinos, también comentó haber tenido una amistad ardiente, regadas de peleas violentas y alcoholizadas.
Altamirano define a la intelectual que conoció hace cuatro décadas como una “peronista estructuralista”. Inteligente, buena oradora, segura y lectora omnívora. Estas son las cualidades que le reconoció. Sarlo también ganaba todas las discusiones, comenta. ¿Las matrimoniales también? “Esto es una respuesta para actor de cine”, respondió riendo.
“No es cierto”, me dijo luego Beatriz Sarlo, “esa discusión sobre Punto de Vista la perdí.” Luego del alejamiento de Altamirano, Punto de Vista sobrevivió cuatro meses más. Finalizó en la edición 90, con un editorial que decía lo siguiente:
Algo comenzó a fallar y es mejor reconocerlo ahora, cuando aun no se ven las consecuencias en un capítulo decadente. Una revista con una vida de treinta años no merece sobrevivir con un mensaje condescendiente a su propia inercia.
La vida relativamente corta no impidió que la revista tuviera una gran influencia, inclusive fuera de la Argentina. Es lo que relata el escritor brasilero Antonio Candido, que habló de Sarlo por escrito:
Siempre consideré a Beatriz Sarlo una intelectual que honra el ejercicio de la inteligencia. Además de notable por la calidad de su producción, ella es un ejemplo de aquellos que no dudan en asumir responsabilidades frente a los problemas de la sociedad, aun en los momentos más difíciles para el ejercicio del espíritu crítico. Menciono solamente un caso: su larga y valiente actuación en el periódico Punto de Vista, cuyos casi 100 números fueron inspiración y estímulo para los intelectuales de América Latina que intentaban actuar con plena conciencia de sus deberes de ciudadanos.
Un jueves a la noche, Sarlo me invitó para ir al teatro Gran Rex, en la avenida Corrientes, para la fiesta de lanzamiento del proyecto del gobierno de Hermes Binner, el candidato a la Presidencia por el Partido Socialista. Querido por los intelectuales, finalizó la elección en segundo lugar.
Estaba muy atractiva, con un pantalón social y blusa en tonos gris oscuros, botas de taco y el cabello sostenido dentro de una boina negra. Reconocida por algunas personas, respondía siempre con una sonrisa no con palabras. “Jefe! Jefe!”, gritaron algunos. Una mujer le apoyó las manos en sus hombros y le dijo animadamente: “Conmigo no, Barone!”
Unas semanas antes, Beatriz Sarlo publicó en el diario La Nación un artículo que decía que Hermes Binner era una apuesta política para las elecciones del 2015. Dio un ejemplo brasilero: “Lula perdió las elecciones y construyó un proyecto a mediano plazo.”
Cuando el nombre de Lula surge, ella se enardece. “El representa el triunfo de un proyecto a largo plazo, la construcción de un partido”, me explicó. “Representa también la realización de un gran ideal de los años 60 y 70: es un gran dirigente trabajador que se convirtió en artífice del espacio político. Es un hombre que supo esperar, supo asimilar la derrota.”
Ella ya estuvo una vez con el ex-presidente brasilero, cuando recibió la medalla de la Orden al Merito. Rompió el protocolo, que la mandaba a recibir la medalla y volver a sentarse. Pues ella atravesó el palco para abrazar a Lula “El año que viene cuando quede desempleado, vaya a la Argentina que vemos la forma de reelegirlo.”, dijo. Lula le respondió con un abrazo. “En aquel momento sentí el poder físico del carisma”, recordó
Sarlo no fue al Gran Rex para hablar. “Vine porque voy a votar a Binner”, me dijo. Durante las manifestaciones dio unos pasitos para un lado y para el otro y aplaudió con ritmo. A la salida opinó que faltaban más insignias y símbolos del partido en el palco. Le pareció que le faltó entusiasmo al candidato y al público.
“Ella nunca deja de opinar”, dijo Sylvia Saítta, amiga de Beatriz Sarlo hace veinte años y su suplente en la cátedra de literatura argentina en la Universidad de Buenos Aires. Saítta tiene el cabello oscuro, encaracolado, usa anteojos de acetato negro y habla embelezada de su amiga: “Beatriz nunca despierta indiferencia, aunque ella no le da importancia. Le gusta aprender y dice que escribe para entender y no porque ya entienda.”
La crítica literaria es el eje de la obra de Beatriz Sarlo, que se extiende en diecinueve libros. Ella estudió romances, narrativas y entretenimientos (El Imperio de los Sentimientos) a Borges (Un Escritor en la Periferia), ayudó apoyando carreras(como las de Sergio Chejfec y Martín Kohan, sus ex alumnos y hoy escritores de expresión) y continúa evaluando nuevos escritores (en una columna del diario quincenal Perfil).
En los libros de análisis culturales, escritos en los años 90, encontramos una astucia estilo Roland Barthes. En La Pasión y la Excepción, por ejemplo, decompone los vestidos de Evita Perón, que representarían el estilo político del peronismo.
El crítico Walter Benjamín está presente en ensayos más recientes sobre la posmodernidad y las metrópolis. Durante cuatro años – cámara fotográfica y anotador en mano – recorrió por Buenos Aires, anotando ideas sobre velocidad, consumo, tecnologías, fama y anonimato que luego desarrolló en una columna en la revista dominical del diario Clarín.
En Siete Ensayos sobre Walter Benjamin, al explicar por qué él es complicado, Beatriz Sarlo parece describirse a sí misma: “Ese rasgo vanguardista que hace que nunca se acomodara definitivamente en parte alguna.”
Roberto Schwarz describió el recorrido cultural de la escritora de la siguiente manera: “Ella hace un recorrido por la historia de la literatura argentina, abarcando desde las ideas argentinas hasta la modernización urbana, luego pasa a la cultura de masas. En ese punto, da un paso en dirección hacia los shoppings, hacia los juegos electrónicos y luego va al comentario político. Tuvo una carrera vertiginosa. Muchos quieren seguir estos pasos y ella los dio todos.”
Sarlo aprendió alemán a los 60 años. También, tardíamente comenzó a interesarse seriamente en la música contemporánea. Actuó y fue guionista en las películas del marido, Rafael Filippelli, con quien está casada desde 1985. Fue profesora invitada en Berkeley, Columbia, Maryland, Chicago, Cambridge y becaria en Washington y Berlín.
Ella recorre las calles investigando los asuntos sobre los que escribe. Cuando Néstor Kirchner murió, fue a la Plaza de Mayo para asistir al funeral público. “Hija de puta, ahora estarás feliz”, le dijo un hombre. “Ya me insultaron en eventos peronistas antes, aunque eran fiestas, estaba con amigos”, afirmó. “En un entierro, no me pareció apropiado forzar una situación por un capricho periodístico.”
Un año después viajó a Río Gallegos en el sur del país, para ver el mausoleo de 3 pisos construido para el ex presidente en el cementerio local. Hizo un reportaje para La Nación sobre la fiebre en Argentina por estatuas y monumentos en los inicios del Siglo XX y la arquitectura del mausoleo, y escribió sobre “el hombre que descansará allí para siempre”.
“Tiene una mirada sagaz, donde se combinan elementos históricos, sociológicos y estéticos”, dijo David Arrigucci Jr. “Es capaz de capturar las varias dimensiones de hechos sociales y obras literarias. Y tiene ese aspecto de militancia, es muy corajuda y dice lo que piensa, que es algo inusual. Le hace frente a la historia viva.”
También se equivoca en estos enfrentamientos. Se deslumbró con el Frepaso, una alianza de partidos de izquierda creada en oposición al peronismo de Carlos Menem. “Me entusiasmé mucho con ellos, mis amigos se reían de mi”, admitió.
Las diferencias entre los periódicos argentinos son notables: Página/12 y Tiempo Argentino apoyan al gobierno; Clarín y La Nación, en los que Sarlo escribe, son de la oposición. “ La Nación es conservador, con un ala liberal de izquierda en la que me incluyo”, afirmó Jorge Fernández Díaz, ex-secretario de redacción del diario.
Sarlo considera que el kirchnerismo reavivó el debate sobre derecha e izquierda en Argentina, aunque puso a la izquierda a su favor. Elogia los juicios a los militares criminales de la última dictadura, aunque destaca que, a diferencia de lo que dice el gobierno, no fueron los primeros en Argentina en hacerlo: “Alfonsín, dos años después de la dictadura, juzgó a las Juntas Militares. Esto sí que es tener huevos de acero.”
Ella publica sus libros a través de la editorial Siglo Veintiuno. “Venden bien, dentro de un nicho reducido, y sus tirajes promedio son de 2.500 ejemplares”, afirma Yamila Sevilla, editora y ex -alumna de Beatriz Sarlo. “Aunque Tiempo Presente tuvo cinco ediciones en cinco años”, dice.
A principio de año, mientras tanto, Beatriz Sarlo fue invitada por el amigo Pablo Avelluto, editor de Sudamericana Random House, para desarrollar en un libro las opiniones que había circulado a través de la prensa. Nació así La Audacia y el Cálculo: Kirchner 2003-2010, que vendió más de 30 mil copias.
Sarlo investiga en el libro, no solamente a la pareja presidencial, sino el comportamiento de los políticos en Twitter y en Facebook, y las inversiones del gobierno para mantener a la prensa como amiga. Opina sobre 6,7,8, un programa kirchnerista presentado en la TV Pública: “Desagradable visualmente, con un panel integrado por bizarros o pedantes, sin obligaciones con el ritmo televisivo, sin beautiful people, producidoen el canal público. Es pura y dura propaganda ideológica.”
En el programa 6,7,8 conviven seis conductores que defienden al gobierno y atacan a la oposición y a la prensa. No es uno de los programas más vistos, pero sí uno de los más comentados. Varios opositores fueron invitados a comparecer, pero se negaron. A pesar del pedido de los amigos, Beatriz Sarlo fue.
Ella recordó su participación: “¿Ha observado que mientras los atletas están disputando una competencia no se miran? Los tenistas hacen el cambio de lado, pero no se miran, porque si uno mira la cara del otro empieza a pensar en el otro como una persona, como alguien que tiene problemas como uno, y ese es el momento en que uno comienza a flaquear. Por esta razón entré como una killer. El problema fue en el camarín donde todos se saludaban y yo no quería comunicarme con ninguno, no quería que me destruyesen.”
Además de ella, los invitados al programa eran: el filósofo Ricardo Forster, filósofo y ensayista y Gabriel Mariotto, director de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual, responsable de la Ley de Medios, que busca disminuir el poder de las grandes empresas de comunicación, comenzando por el Conglomerado Clarín. El presentador era Orlando Barone, que fue reportero del diario del grupo.
Orlando Baronele dijo a Sarlo, en la transmisión en vivo, que él contrariamente a ella, podía sentirse aliviado de no trabajar para una empresa cuya dueña, Ernestina Noble, había sido acusada de adoptar niños secuestrados durante la dictadura militar. Y Beatriz Sarlo, lista para el embate, le largó un: “Conmigo no, Barone”. Al día siguiente la frase se hizo famosa repitiéndose en programas de radio, estampándose en camisetas y usado como ringtone en celulares. A partir de ese momento, Sarlo dejó de ser conocida para tornarse famosa. (Meses después, las pruebas de ADN, probaron la inocencia de Ernestina Noble).
El striptease de una bailarina y la participación de Beatriz Sarlo en 6,7,8 fueron los temas de televisión más comentados del año en Argentina. En noviembre, el programa aún no había olvidado la visita y le dedicó una canción:
Yes, she is, she is Beatrice
De mis sentimientos no comprende un corno
Y me manda a leer Theodor Adorno
Yo soy un simple hombre común
Pero Beatrice lives in the moon
Críticos de la escritora más ácidos le dicen “aquella señora de la Recoleta”, el barrio rico donde ella no vive. Sarlo es socia del centenario Club Ferrocarril Oeste – “que no puede ser más pequeño burgués”, reconoce –, donde juega tenis hace 25 años, cuatro veces por semana. No tiene automóvil, evita usar taxis y cuando tiene tiempo prefiere caminar 20 cuadras y tomar el subterráneo. Aunque aún conserva dos lujos confesos: ropa y shows de música contemporánea.
Horacio González, un señor con mullet, bigote blanco y pasos pequeños, es el director de la Biblioteca Nacional, cargo que otrora ocupara Borges. Fan asumido de los Kirchner, dijo: “Mucha gente considera a Beatriz Sarlo enemiga de las transformaciones sociales, aunque yo no la veo así. Veo en ella una posibilidad de debate.”
El filósofo Ricardo Forster fue menos simpático: “¿Una persona que escribe para un diario representante de la burguesía agropecuaria de derecha y se declara de izquierda progresista? Ella es una liberal republicana.”
El editor de La Audacia y el Cálculo, Pablo Avelluto, piensa que la cuestión no es la escritora pero sí la política: “Como todo en Argentina, el debate de ideas es como un alcaucil, cuando terminamos de sacar las hojas, en el fondo está el peronismo, que es el comienzo y el fin de todos los debates.”
Para Jorge Fernández Díaz, escondido en el debate político están los escritores que quedaron fuera del mapa literario construido por Sarlo. Ella fue profesora de literatura argentina contemporánea durante veinte años, y dio clases a centenares de alumnos semanalmente.También lideraba la revista Punto de Vista. Quien no era citado por ella quedaba fuera del cánon literario, comentó el secretario de La Nación. “El otro día, uno de estos escritores me dijo: “¿Por qué le da espacio en el diario a esa señora que nos dejó afuera?”
Este año, por primera vez en la Argentina se realizaron elecciones primarias para que los partidos eligieran a sus candidatos a través de una votación nacional y obligatoria. Solo que cada partido se presentó a las primarias con los candidatos electos a puertas cerradas y la votación fue apenas una gran y cara investigación de opiniones, en la que Cristina Kirchner se quedó con más de la mitad de los votos, anuncio certero de que sería reelecta.
Dos días después de las primarias, Sarlo le escribió a Jorge Fernández Díaz, diciendo que necesitaba tiempo para pensar antes de escribir nuevamente en el diario La Nación. “Me volví loco llamándola por teléfono durante toda la semana para ver si el bloqueo se le había pasado”, contó Díaz. Ella le explicó la situación con una palabra de jazz: “Si un músico se queda sin ideas repentinamente, el está out hasta tener una buena idea nuevamente.”
“Cristina es su punto débil, le despierta su irracionalidad, talvez por la condición de mujer”, opinó Sylvia Saítta.Según la profesora, a Beatriz Sarlo le gustaría que la presidenta fuera menos llamativa, más con el estilo simple de Dilma Rousseff y la chilena Michelle Bachelet. “Ella es una gran polemista, aunque hace algunos análisis injustos, con preconceptos”, dijo. “Cristina fue a Auschwitz y Beatriz se quejó de lo que había manifestado durante su visita. Es difícil a esta altura ir a Auschwitz y decir algo genial.”
Parece que Beatriz Sarlo no se siente confortable estando expuesta pero sí disfruta una buena pelea. Algunas veces, parece que confronta de mala gana. Pero es una obligación auto impuesta. Ella tiene reglas propias que no desobedece: nunca llega tarde, no bebe alcohol antes de las nueve de la noche, concuerda en dar entrevistas aunque le parecen cansadoras y fuma como máximo, cinco cigarrillos por día – y solamente con una boquilla francesa. “No quiero dejar de jugar al tenis”, explicó.
Ricardo Forster me sugirió que el problema de Beatriz Sarlo con Cristina Kirchner puede ser en realidad, un problema consigo misma. No me quiso dar más explicaciones y me sugirió la lectura de un artículo del filósofo León Rozitchner. El texto dice que las mujeres de clase media a las que no les gusta la presidenta, tienen envidia de ella.
Luego de casi dos meses de bloqueo, Sarlo publicó un nuevo artículo en La Nación. El tema era la insistencia de Cristina Kirchner en referirse al marido fallecido como “él” , como si hablara de un ser omnipotente y omnipresente.
Tres semanas luego de la elección, en una mañana de lunes, Beatriz Sarlo estaba en un café de la Avenida de Mayo para hablar con dos entrevistadoras sobre la revista Los Libros. Ella acostumbraba a recibir en su estudio, pero un día antes, debido a una excavación mal hecha en el edificio vecino toda la manzana quedó interditada. Vistiendo blusa y blazer azul marino y botas púrpura, pidió una Coca-Cola, pero como solo había Pepsi optó por un café.
El tema sobre Los Libros terminó y el tema Cristina Kirchner salió a la luz. “Puede ser que la haya subestimado”, dijo. “Pensaba que Néstor construía todas las políticas, pero talvez sea más inteligente de lo que pensaba.”
Subió la voz, se estiró la columna y continuó: “Ahora, sobre la ropa ¿cómo no voy a comentar? Es como si quisiera que nadie comentara sobre mi negación a usar botox y que no me tiño el pelo. Su comportamiento me habilita a analizarla. Si ella puede perder tres horas del día para maquillarse, probarse ropa y comprar zapatos, bien puedo yo perder tres horas escribiendo sobre esto, sobre todo porque no gobierno la República”