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¡A la mierda! ¡Se murió!
Cada episodio de la vida de Maradona parece una metáfora
Andrés Di Tella | Edição 171, Dezembro 2020
Fue curioso cómo me enteré. Pisaba esta mañana por primera vez en meses el interior de una librería y le estaba expresando mi emoción al librero por el simple hecho de estar dentro de una librería, hojear libros… Cuando voy a pagar, el librero me dice: “Parece que está muy mal el Diego”. Yo repliqué, casi en piloto automático: “¿Cuántas veces no murió ya? El Diego es inmortal”. Ya se había anunciado la muerte inminente de Maradona por lo menos dos veces en el último tiempo. El librero abre el portal de noticias y se pone pálido: “¡A la mierda! ¡Se murió!” Nos emocionamos los dos. Un minuto antes me estaba recomendando el último ensayo de Joan Fontcuberta sobre la materialidad de la fotografía. No sé por qué me pareció muy atinado, que la noticia me la diera, con enorme pesar, precisamente ese muy erudito librero porteño. Maradona trascendía todos los ámbitos.
Tuve la suerte de verlo en la cancha al inicio de la temporada 1979, cuando recién asomaba en su primer club, Argentinos Juniors. Todavía no había tenido su salto a la fama del mundial juvenil de ese mismo año en Tokio. Hay que recordar que en esos tiempos se trasmitía apenas un partido por semana, en diferido, y rara vez le tocaba a Argentinos Juniors. A Maradona sólo lo habían visto los que iban a la cancha; para muchos era todavía un rumor. Yo estaba ese domingo en la tribuna popular visitante, con la hinchada de River, en el estadio de La Paternal que hoy se llama Diego Armando Maradona. Cuando salen los jugadores a la cancha, un hincha me dice, con soberbia riverplatense: “A ver, a ver ese Maradona, lo quiero ver jugando contra un equipo grande…” Nos metió dos goles, fue un baile, y River perdió contra el humilde Argentinos Juniors 3 a 1.
Entre ese recuerdo y la noticia de esta mañana, infinitos recuerdos más, infinitas emociones, se podrán imaginar, incluyendo un par de encuentros cercanos: estuve en una conferencia de prensa masiva, en el estadio de Boca, cuando volvió a la Argentina después de su suspensión en el Mundial 1994. Lo que me impactó fue que Diego hablaba delante de más de 100 periodistas como si estuviera hablando contigo a solas en el rincón de un bar a las tres de la mañana, producía un efecto de intimidad increíble. Me di cuenta que toda su vida había trascurrido así, en público. Colaboré en ese momento con un amigo que estaba realizando un documental sobre Maradona para la TV inglesa. Fui a Villa Fiorito, la “villa miseria”, o favela, donde se crió, literalmente, en el barro. “Yo viví en un barrio privado…”, bromeaba después. “Privado de agua, de luz, de teléfono…” En una más de las interminables vueltas de tuerca de su vida llena de paradojas, la muerte lo sorprendió anoche en un elegante barrio privado de los suburbios pudientes al norte de Buenos Aires.
Estuve también en su mítico duplex de la esquina de las calles Segurola y Habana, en el barrio de clase media de Devoto, adonde se mudó con sus padres ni bien pudo. Esa esquina se volvió mítica entre nosotros, pasó al léxico popular. Julio César Toresani, un jugador insignificante cuya fama se reduce a este incidente, tuvo un encontronazo con Maradona en un partido y posteriormente hizo declaraciones televisivas poniendo en duda la hombría del número 10. Maradona lo desafió, si era macho, a hacerse presente en “Segurola y Habana, séptimo piso”. Lo remató con una frase que resaltaba su insignificancia como jugador: “Toresani es un alfajor de pollo: no existe”. Esa inventiva, esa capacidad para concebir en una imagen concreta una entelequia inexistente (el alfajor de pollo, queridos amigos brasileños, no existe), me parece digna de la mejor poesía surrealista. André Bréton definía lo imposible mediante la figura del “pez soluble”.
Siempre admiré su inteligencia y capacidad de invención lingüística: hay todo un repertorio de frases patentadas por Maradona que usamos siempre. “Se le escapó la tortuga” se refiere a alguien demasiado lento para reaccionar, o que se permitió un descuido inexcusable. De vuelta, la imagen es muy concreta, y graciosa: ¿cómo se te va a escapar una tortuga? Traten de imaginarlo. Respecto de un individuo demasiado “rápido”, demasiado “vivo”, en quien no se puede confiar, Maradona sentenció: “Ese fuma debajo del agua”. Breton se sacaría el sombrero. “Lo tengo que consultar con las nenas”, decía, cuando no quería decir que no. Es mi deber consignar que también dijo, con picardía y ternura en partes iguales: “Ganarle a River es como que tu mamá te venga a despertar a la mañana con un beso.” La más célebre: “Fue la mano de Dios”, referida al gol que le hizo con la mano a Inglaterra en el Mundial 1986. ¿Hablaba de ayuda divina o de su propia mano? En fin, podría seguir y seguir pero la mayoría de las frases célebres maradonianas son impublicables, por machistas, homofóbicas, o simplemente soeces. En una palabra: fútbol. “La pelota no se mancha”, otra de las más famosas, habla justamente de la pureza del juego, más allá de toda la corrupción que rodea al deporte, o incluso de sus propios pecados, que no fueron pocos.
Pero su inteligencia no se limitaba a las ocurrencias. En la entrevista que le hizo mi amigo para el documental de la televisión inglesa, en 1994, Maradona era capaz de recordar cada uno de los jugadores ingleses que había eludido casi diez años antes en la épica jugada del “gol del siglo”, con pelos y señales, con las caracterísitcas y debilidades de cada uno, si uno era zurdo o diestro, el otro hábil pero lento, como si fuera un algoritmo humano. La velocidad inexplicable de ese proceso mental y físico, mientras ejecutaba la jugada, es lo que hizo de Maradona lo que fue.
Lo más difícil de entender para quien no sigue al fútbol, o para quien no haya vivido en la Argentina, es el hecho de que la vida extra-futbolística de Maradona sea casi tan importante para nosotros como sus hazañas dentro de la cancha. Maradona dejó de jugar al fútbol hace casi un cuarto de siglo. Su última etapa como jugador, plagada de casos de doping, terminó con una secuencia insólita de 5 penales errados seguidos, jugando para su amado Boca Juniors. Ya era, en esa última temporada, casi un ex jugador. Sus intervenciones posteriores, desde fuera de las líneas de cal, como director técnico, tampoco fueron demasiado felices. Su fracaso estrepitoso al frente de la Selección Argentina, que incluyó una inédita derrota 1-6 contra Bolivia y culminó en un 0-4 con “baile” frente al eterno rival de los mundiales Alemania, no le aportó ninguna gloria, todo lo contrario. ¿Por qué Maradona no sólo no se eclipsó, como otros grandes ex jugadores, sino que, por el contrario, su leyenda siguió agigantándose?
Cada episodio de su vida, cada incidente de una existencia llena de aventuras, parece ser una metáfora. El gol del siglo contra Inglaterra, así como el gol con la mano, encierran en un solo partido todo lo genial y todo lo vergonzoso que tenemos los argentinos. Somos los mejores y los peores y es imposible separar una cosa de la otra. Hubo algo de Dr Jeckyll y Mr Hyde en él. “Con Diego voy hasta el fin del mundo pero con Maradona no voy ni a la esquina”, dijo su preparador físico Fernando Signorini, que también fue su amigo, hasta que su falta de obsecuencia lo marginó del entourage maradoniano. ¡El entorno de Maradona! ¿Cómo puede ser que ni un solo integrante de ese entorno haya sido una persona normal, gris y convencional? ¡Todos personajes de novela (de novela brasileña)! Su generosidad espontánea con desconocidos, asi como la traición a sus más fieles amigos, también parece algo que trasciende a Maradona y nos afecta a todos. Como si fuera una imagen en el espejo de todos los argentinos, por momentos halagadora, por momentos demasiado oscura.
Su suspensión por doping en el Mundial de Estados Unidos generó otra de sus frases célebres: “¡Me cortaron las piernas!” Todos los argentinos nos convencimos de que oscuros intereses habían conspirado para “sacar” a Diego –y a la Argentina- del Mundial que estábamos destinados a ganar (no recuerdo quién ganó finalmente… jeje). Era otra metáfora más de Maradona-Argentina. Las reglas fueron escritas para los otros. Maradona era la encarnación del sentimiento de excepcionalidad argentina. Así como nadie puede explicar a Maradona, nadie puede explicar a la Argentina.
La misma decadencia de la Selección en su etapa post-maradoniana parece una metáfora del país y su triste decadencia, aún con la presencia de Messi, el único futbolista que pudo haber desacomodado a Maradona de su sitial en la cima. Pero, justamente, es como si el fantasma de Maradona hubiera pesado sobre los hombros de Messi, al punto de que no pudo ganar nada con su selección, como una condena o maldición. En el último mundial, cuando Messi metió el gol –un golazo- que hizo pasar de ronda a la Argentina in extremis, la imagen que trascendió no fue la de Messi sino la foto de Maradona en la tribuna, festejando el gol con los ojos cerrados y las manos estiradas hacia el cielo, en semipenumbra, como un Dios. Es que los argentinos queremos que Messi sea como Maradona, que se pelee con el mundo, que sea gracioso, espontáneo, brillante, loco, en suma, insumiso, pero Messi no es Maradona ni nunca podrá serlo. En ese sentido, Messi es como Pelé, sintetizado en la frase célebre de Romario: “Callado, Pele es un poeta”. Aunque si hablamos sólo de fútbol, no sé si haber sido el mejor del mundo durante tantos años de Messi no es mayor milagro que el Mundial del 86 y el Scudetto con Napoli de Maradona. Pero aquí no hay discusión posible. Y ya sabemos que el fútbol nunca es “sólo fútbol” (¿qué sería esa entelequia?)
De las muchas, infinitas imágenes de Maradona, de una de las vidas mejor fotografiadas de todos los tiempos, de toda una vida –la mía- con Maradona, no sé por qué decido quedarme con la última foto que le tomaron en una cancha. Gordo, casi desfigurado, caminando con dificultad, pero algo desafiante aún en la mirada, con el buzo de entrenador de Gimnasia y Esgrima de La Plata. Su última etapa, al frente de un club casi condenado de antemano al descenso, terminó de hacerme ver quién era. ¿Pero quién era? El destino de Diego Maradona es como el símbolo de algo que estoy a punto de comprender.